Rami Tattan es un joven kurdo de Siria que tuvo que huir de su casa por culpa de la guerra. Una guerra que ha destruido su país. La huida desde su localidad natal hasta Europa no ha sido un viaje de placer ni mucho menos. Actualmente, Rami lleva a cabo unos talleres bajo el título El camí del refugi que forman parte de la programación estable. En ellos intenta explicar porque él, su familia y tantas otras personas han tenido que dejar su casa jugándose la vida en un trayecto muy peligroso. Explicándolo pretende poner un granito de arena en la concienciación de la sociedad actual y de los jóvenes con el objetivo de buscar comprensión y dar conocimientos para que no vuelva a pasar.
¿Cuándo decide tu familia irse de Siria?
Después de tres situaciones violentas y difíciles. La primera fue un día que iba caminando a la escuela, paró una furgoneta a mi lado y unos hombres intentaron secuestrarme para pedir un rescate. Pero conseguí escaparme antes de que me cogiesen y me metiesen en la furgoneta. La segunda fue cuando empezaron a caer bombas muy cerca de casa. Y la tercera y definitiva fue cuando las bombas destruyeron el balcón y una de las habitaciones de mi casa. Hemos visto la muerte muy de cerca. Ya no podíamos quedarnos allí porque era peligroso. No nos quedaba otra. Había que huir porque de seguir en Siria solo podían pasar dos cosas o iba morir o iba a matar a alguien y no quería ninguna de las dos cosas.
¿Teníais claro adonde queríais ir?
No sabíamos dónde queríamos ir. Sólo teníamos claro que teníamos que salir de Siria y ponernos a salvo. Queríamos salvarnos, No queríamos morir.
¿Cómo hicisteis el viaje a Europa?
Salimos de Alepo mi madre, su hermano, sus dos hijas pequeñas y yo y nos fuimos hacia Efein, un pueblo del que es originaria mi familia y desde allí cruzamos la frontera por las montañas hacia Turquía. Fue un viaje muy peligroso porque los policías turcos tienen órdenes de disparar a matar a cualquier persona que atraviese la frontera. Estuvimos caminando dos días por la montaña para salir de Siria. Cuando llegamos a Turquía nos pusimos muy contentos ya que pensábamos que por fin estábamos a salvo. Sin embargo, pronto vimos que en Turquía no había posibilidad de futuro para nosotros. No había posibilidad de vivir. En Turquía tratan fatal a los sirios. Si quieres trabajar en Turquía puedes, pero sin contrato y si el turco cobra 30 euros al día, el sirio 5 euros y además como nosotros somos kurdos nos trataban peor aún. Así que teníamos que ir a Europa: era la única solución para vivir.
¿Cómo salís de Turquía?
Buscamos la manera de acceder a una embarcación que nos llevase a Europa y encontramos un hombre que nos pidió casi 1.500 dólares por cada persona. Nos embarcamos en un bote de nueve metros con capacidad para unas 35 personas pero en ese bote había 50 o 60. A los dueños del bote no les importa si llegas o no llegas, solo que pagues. Salimos al mar y el motor se paró a las seis horas. Ese fue el momento más difícil de mi vida. Estás en medio del mar y solo ves agua, nada más. Fue muy duro ver a mi madre y a mis primas pequeñas llorando. Yo pensaba ‘no hemos muerto por las bombas en Siria y ahora vamos a morir aquí en el mar’. La gente que iba en la barca también estaba triste. Así que pensé que no me podía rendir y llamé a la guardia costera de Grecia muchas veces hasta que contactamos. Para entonces el agua ya se colaba en la barca. La guardia costera nos dijo que utilizásemos las luces de los móviles y gritásemos para poder localizarnos. Y así estuvimos hasta que llegó la guardia costera griega.
Y una vez rescatados y ya en tierra firme, ¿cómo sigue vuestro camino?
Nos llevaron a Metelini, Grecia, y allí empezó el camino más duro. Al llegar el recibimiento fue bueno, nos recibían bien con bocadillos, y cuando te das cuenta de que has salvado la vida de una muerte segura en el mar y que estás en Europa no sabes si reír o llorar. Es una lucha de sentimientos. Allí nos dieron una documentación válida para seis meses y cogimos un barco para ir a Atenas. Después buscamos un autobús para ir a Macedonia. Ahí nos fue mal. Pagamos 90 euros cada uno por el billete de autobús y al llegar nos dijeron que el vehículo era de una fundación y era gratis. Nos habían timado. Además la frontera de Macedonia estaba cerrada y nos tuvimos que quedar en el campamento de refugiados de Idomeni.
¿Cómo se vive en un campo de refugiados?
No era vida. Uno de mis sueños en esos ocho meses era cambiarme de pantalones de pie. Era muy difícil conseguir una tienda. Éramos muchas personas. Conseguimos una tienda pequeña para cinco personas. Mi madre y mis primas dormían dentro y mi tío y yo fuera en el suelo.
¿Cómo llegas a España?
Entramos dentro de un programa y nos plantearon si queríamos ir a España. Yo pregunté ‘y si no quiero, qué pasaría?’ y ellos me dijeron que entonces seguiría en el campamento en Grecia o que volvería a Siria. La opción de venir era la única válida. Al llegar a Madrid nos llevaron a un centro de acogida de refugiados y empezó mi vida aquí. A todas las familias que llegamos del campo de refugiados nos distribuyeron entre diferentes ciudades, a nosotros nos tocó Barcelona.
¿Cómo fueron las primeras semanas en Barcelona?
Era todo super difícil. No conocía nada, ni el idioma, ni la cultura, ni a nadie. El impacto fue brutal. Después de un tiempo, estaba aburrido de no tener dinero, ni casa, ni nada. Empecé a trabajar y a vivir solo.
¿Y ahora qué haces?
Yo querría estudiar pero necesito el dinero para poder hacerlo además de para colaborar con mi família. Aquí hay jóvenes que pueden estar en casa de su familia, o tienen alguien que les dé trabajo. Pero yo no tengo nada de eso. Ahora trabajo de camarero, pero y lo digo con mucho respeto, ése no es mi sitio, no es mi profesión. Yo quiero estudiar y tener un futuro mejor.
¿Qué perdiste cuando dejaste Siria?
Perdí mi vida entera, mi dignidad, mi futuro, mi familia. Lo perdí todo.
¿Piensas en volver a casa?
La verdad no sé qué decir, porque no sé qué va a pasar, si Siria va a volver a ser un estado sin guerra ni si voy a tener la oportunidad y la fuerza de volver allí.
Ahora haces unos talleres en centros educativos de nuestra ciudad, ¿por qué?
Quiero que la gente sepa quienes somos y por qué estamos aquí. Cuando hablo con alguien y le digo que soy de Siria, o no saben dónde está o te dicen es donde hay terroristas y bombas. Mi país tiene muchas cosas bonitas para exportar más allá de guerra y muertes. La gente piensa que somos criminales o que venimos a matar, que somos gente que no sabe hablar y solo sabe matar. Nunca ha sido así. Ese es mi trabajo en los talleres. No quiero que otros sirios vivan mi experiencia ni que haya gente que dude de por qué estamos aquí.
¿Qué mensaje quieres transmitir?
Tengo dos mensajes que quiero que lleguen al mundo entero. El primero es que ser sirio no es ser terrorista sino ser una persona que ha nacido en un país que tiene una historia brutal que no se imagina la mayoría de gente. Y el segundo es que cada uno cuide de su país porque si pierdes tu país, pierdes tu vida entera. Todos podemos ayudar a los refugiados. No hace falta que sea con dinero. Hablar con los refugiados es muy importante para poder hacer llegar el mensaje que no venimos a arrebatar derechos ni a robar nada, yo vine a vivir a salvo hasta que pase la guerra:
Nombre: Rami Tattan
Año y lugar de nacimiento: 1999, Alepo (Siria)
Profesión: Estudiante en Siria / Trabajador de lo que salga en España
Rami es un joven que a sus 20 años ha vivido una experiencia traumática que le ha cambiado la vida. Pretendía seguir estudiando en su Siria natal y ser médico, pero una guerra le ha arrebatado todo, según reconoce. Una chica barcelonesa que conoció en Grecia en el campamento de refugiados y a la que se encontró por casualidad le dijo que en la Biblioteca de Santa Perpètua buscaban una persona para un proyecto de Biblioteca Humana para que explicase su vida de refugiado. Le interesó la idea y ahí se inició su relación con Santa Perpètua. Ahora ofrece talleres en centros educativos para explicar su experiencia con el deseo que nunca nadie la vuelva a vivir.
Foto: Rami Tattan es un jóven refugiado sirio que intenta sobrevivir y evitar que más personas vivan su experiencia / Josep Cano